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Las Pistas de Shiva

Actualizado: 13 jun

De Río de Janeiro a Arunachala. Cuando el mapa del mundo te guía hacia ti mismo)


A los 20 me fui de mochilera a Río de Janeiro. De Río me gustaba todo: la playa, la gente, la onda. Pero siempre remarcaba dos cosas que me habían llamado profundamente la atención:

una planta rarísima que colgaba de un árbol parecido a un cocotero, con flores de pétalos enormes rosados, redondos y carnosos, y un centro amarillo que sobresalía lleno de pistilos,

y el majestuoso Corcovado, esa montaña verde altísima con un Dios en la punta observándolo todo...



30 de enero de 2016 y las impresiones del Abricó de Macaco en Praia do Botafogo, Brasil.
30 de enero de 2016 y las impresiones del Abricó de Macaco en Praia do Botafogo, Brasil.


Después de ese viaje, del que pronto se cumplirán diez años, pasé por los cinco continentes, trabajé en seis países, conocí culturas, paisajes, personas y viví mil aventuras. Pero, a pesar de todo, una profunda sensación de insatisfacción seguía latente:


¿Cuándo pararía el viaje? ¿Adónde?

¿Existirá ese lugar?

¿podré, algún día, parar este ritmo frenético que me lleva a todos y a ningún lado?


No tenía ni idea de adónde quería vivir ni qué lugar podría llamar hogar (nunca consideré mi país como tal). Cuando me lo preguntaban, respondía casi por inercia: Río de Janeiro.

Era lo único que se me ocurría. Odiaba esa pregunta y respondía para salir del apuro.

La verdad es que siempre que respondía estaba geográficamente cada vez más lejos de Brasil (la última vez que respondí esto fue en Australia), pero la imagen del morro verde y el Abricó de Macaco seguían pintando en mi mente la esperanza de que, tal vez, ahí podría encontrar ese lugar que buscaba...


Como dato curioso, tampoco volví a cruzarme con ningún árbol de estos en ocho años.


De Brasil a India: el cansancio de la búsqueda

En septiembre del '23 llegué a India con la intención de recorrer el subcontinente entero.

Mi viaje no tenía una estructura clara. Estaba cansada de mi vida, de buscar y de no saber exactamente qué estaba buscando.


Así llegué a Kerala, al Ashram de Amma (la de los abrazos), me iba a quedar unos días y me terminé quedando un mes. Decido que era momento de seguir viaje, y tras una recomendación sin mucho detalle, llego a la montaña sagrada de Arunachala, en Tiruvanannamalai.


Aunque la idea era quedarme sólo unos días, otra vez el tiempo empezó a pasar, me quedé un mes, luego dos, luego tres. Y cuando finalmente estaba por partir, mágicamente me fracturé el pie. Ahora sí, no podía irme.


Paradójicamente, fue un alivio. Desde lo más profundo de mi ser sabía que Arunachala me estaba dando las enseñanzas que tanto había buscado, enseñanzas que no eran del mundo de las palabras, ni de la lógica, sino del Silencio y la fe en <eso>, que revelaría las respuestas.


Pese a esto, otra parte de mí se resistía a quedarse.

¿De verdad mi búsqueda había terminado?

¿Quién sería yo sin buscar?


En el hospital. Feliz de que el espíritu haya ganado y haberme fracturado el pie
En el hospital. Feliz de que el espíritu haya ganado y haberme fracturado el pie
El Tesoro:

Una mañana de enero de 2024, sentada en los jardines del ashram de Ramana Maharshi, una corriente de profunda paz me invadió. Era un ritual diario sentarme ahí, casi automático, pero ese día algo cambió.


Un chico se sentó a mi lado y empezamos a charlar. No recuerdo la conversación, solo una frase que quedó grabada en mi mente:


—Todo lo que buscas, ya está acá. Acá mismo.


De repente, mi visión se amplió, como si el aire me guiara a mirar hacia adelante. Y allí estaba.


Frente a mí, colgando de un cocotero, un Abricó de Macaco gigante, con unas flores tan majestuosas como aquellas que había visto en Brasil ocho años atrás. A la izquierda, Arunachala, ese morro verde que ahora parecía el Corcovado.


Se me empezaron a caer las lágrimas. Fue como si las pistas del mapa, dispersas por el mundo, se hubiesen reunido en ese instante. Había llegado.



Arunachala y el NagaLingam: los símbolos revelados

Me enteré de que a esta planta la llaman NagaLingam "La Flor de Shiva" porque dentro tiene una formita que recuerda a un Lingam, símbolo del dios.

Y Arunachala no es nada más y nada menos que la montaña de Shiva. O como dicen por acá, es Shiva mismo, que decidió manifestarse en esta forma para la veneración de sus devotos.


Los símbolos no habían sido casualidad, la flor: era la flor de Shiva. El montaña no era cualquiera; era Arunachala, la montaña de Shiva.



NagaLinga "La Flor de Shiva"
NagaLinga "La Flor de Shiva"


Arunachala, la montaña de Shiva
Arunachala, la montaña de Shiva
El viaje hacia dentro:

Así fue como la intensa búsqueda de un lugar fuera, terminó.


Mi viaje, que había comenzado en Sudamérica y me había llevado hasta Asia, no se trataba de encontrar un lugar físico donde quedarme. Cada paso, cada destino, cada símbolo que apareció, no eran más que pistas para conducirme hacia algo que siempre estuvo dentro de mí: Shiva.


Arunachala, la montaña, y el Abricó de Macaco, la flor, no eran el final de la búsqueda, sino el reflejo externo de lo que había estado buscando siempre en mi interior: LA CONSCIENCIA DE DIOS.


El viaje nunca es hacia fuera. Siempre es hacia dentro.


OM NAMAH SIVAYA

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